S U P L E M E N T O

Número 20. Año I. 14 de noviembre de 2017. Cuajinicuilapa de Santamaría, Gro.

Suplemento de antropofagia cultural, etnicitaria para afroindios y
no-afroindios de Guerrero y de Oaxaca, y de todo el universo oscuro.

Los ‘chinos’ de nueva españa:
migración asiática en
el méxico colonial

Introducción
Por: Rubén Carrillo Martín
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En torno a 1683 un joven de nombre Alonso Cortés de Siles, “natural de la ciudad de Cibu [Cebú en Filipinas], chino libre de cautiverio,” se embarcó en uno de los navíos del galeón de Manila, la ruta transpacífica que conectaba aquel puerto con Acapulco, para asentarse en los territorios americanos de la Nueva España. Después de sobrevivir a la que era una de las travesías oceánicas más peligrosas, una vez en América, continuó su difícil recorrido hacia el interior por una ruta de mulas que atravesaba la Sierra Madre del Sur, uniendo al puerto con la capital del virreinato a través de un terreno accidentado y poco poblado. Alonso tuvo que abrirse paso a través de densos bosques, escalar montañas y vadear ríos, durmiendo a la intemperie y sin encontrar apenas algún pequeño poblado donde reponer sus suministros. Finalmente, cansado, se detuvo en el pueblo de Chilpancingo. Allí dos viajeros le llevaron consigo a la población minera de Taxco para que entrara al servicio de José Ruiz. Seis meses más tarde, Ruiz, “movido a compasión como muchacho que era”, llevó a Alonso a la ciudad de México para que aprendiera el oficio de barbero. El cebuano estuvo trabajando en la capital al servicio de un maestro barbero durante año y medio antes de volver a Taxco para ganarse la vida con su nuevo oficio. En 1688 solicitó licencia para casarse con Petrona Juana, una huérfana indígena de dieciséis años de edad. Los testimonios solicitados para demostrar la condición de libres de los contrayentes y la ausencia de impedimentos canónicos para su casamiento han conservado la historia del viaje transpacífico de Alonso y su proceso de integración a la sociedad novohispana. Alonso Cortés de Siles fue uno de varios miles de migrantes asiáticos que consiguieron instalarse en un nuevo continente. Fueron muchos los que, como Alonso, llegaron a Nueva España y trabajaron como barberos, plateros, artesanos, muleteros, mesoneros, tenderos, trajineros, comerciantes, diplomáticos, religiosos, artistas, milicianos, mano de obra en obrajes textiles, sirvientes y esclavos, entre otras actividades, haciendo notar su presencia en buena parte del virreinato, contribuyendo al desarrollo económico y al proceso de mestizaje y dejando su marca cultural. Los ‘chinos’, como se llamaba genéricamente a todas las personas oriundas del otro lado de Pacífico que llegaban a Nueva España en el galeón de Manila, transformaron las instituciones coloniales puesto que tuvieron que adaptarse para acomodar a este peculiar grupo que no podía ser discriminado de la misma manera que la población afrodescendiente y amerindia. Algunos asiáticos pudieron hacer valer sus prerrogativas como principales de Filipinas y pudieron ejercer privilegios como portar armas y montar a caballo. Otros, artesanos, contribuyeron al mestizaje de formas artísticas de Asia, América y Europa que dieron lugar a un lenguaje estético netamente mexicano. Un puñado alcanzó notoriedad social, como en el famoso caso de Catarina de San Juan, ‘la china poblana’, mística visionaria asiática que alcanzó gran renombre por su vida ejemplar y sus visiones. No obstante, la mayor parte participó de manera forzada cooperó a la prosperidad económica del virreinato trabajando en obrajes textiles, plantaciones de palma y haciendas, y sirviendo en las casas de los grandes mercaderes y terratenientes novohispanos.

A pesar de su importancia social, este grupo heterogéneo de personas del sur, sureste y este de Asia fue mucho más reducido que la población descendiente de europeos y africanos y la población indígena nativa. Consecuentemente, la historiografía ha tendido a menospreciar su relevancia. El historiador Marco Polo Hernández, por ejemplo, incluso duda de la procedencia asiática de estos chinos, argumentando que lejos de tratarse de inmigrantes asiáticos, los chinos eran mayoritariamente una mezcla de elementos amerindios y afrodescendientes que formaban uno de los grupos étnico-sociales presentes en Nueva España denominados ‘castas’, tema del famoso género pictórico novohispano homónimo. Hernández basa su argumento en el supuesto de que no existen vestigios culturales que puedan corroborar la presencia de Asia en Nueva España y sostiene que “although Tagalog, Malay, Javanese, Papuans, Timorous, Mozambiqueans, etc., entered Mexico, at the end of the day they were ‘scarce,’ [because] otherwise, the cultures of the regions would show a Chinese influence of a sort”. Contrariamente, el presente artículo pretende demostrar que el número de asiáticos asentados en Nueva España fue considerable, que tuvieron un notable impacto económico, cultural, institucional y social a lo largo del periodo colonial, y pese a que el chino fuera retratado en los cuadros de castas, la asociación de esta minoría con una ascendencia afro-amerindia se dio de manera tardía, sobre todo durante el siglo XVIII, como resultado de un proceso de ‘africanización’ de los asiáticos novohispanos.

No solamente es necesaria la reivindicación del estudio de la población asiática novohispana por su rol en la formación del México colonial. Su análisis también implica un reajuste de la cronología de los estudios históricos de las diásporas asiáticas en el continente americano, la cual tradicionalmente se centra en los flujos migratorios que se produjeron durante el siglo XIX, particularmente la llegada de culíes y otros migrantes chinos a partir del estallido de las guerras del opio. Además, puesto que en los últimos veinte años diversos autores han puesto de relieve la importancia que tuvo la consolidación de la Nao de China o galeón de Manila en la formación del primer sistema económico verdaderamente global, el estudio de los chinos de la Nueva España representa la reconstrucción de la historia de un componente humano de las primitivas etapas de la globalización o de una protoglobalización.

El establecimiento del galeón de Manila fue un evento trascendental de la historia mundial puesto que ayudó a precipitar una interconectividad global cada vez mayor. Su importancia y la razón de su éxito como una de las rutas comerciales transoceánicas de mayor longevidad (250 años) se debió a la coyuntura histórica de reformas fiscales en China que provocaron una demanda de plata sin precedentes y una igualmente inusitada oferta española del metal precioso. Los europeos aprovecharon y parasitaron rutas comerciales preexistentes en Asia consiguiendo acceso a productos y mercados asiáticos. Manel Oll. argumenta que,

fueron los juncos chinos que acudían a Manila los que abrieron y consolidaron esta ruta, y que los españoles no llegaron a Asia a vender plata, sino compitiendo con los portugueses buscando especias o quiméricas islas ricas de plata y de oro, y prácticamente sin tener noticia alguna de lo que China significaba. China se convirtió a principios del siglo XVII en un formidable mercado y una válvula de succión de un ingente flujo de plata.

La plata encontró su camino hasta China desde sus depósitos en México y Perú a través de múltiples rutas comerciales, incluyendo el galeón de Manila, dando a su paso liquidez a las econom.as de múltiples entidades políticas en América, Europa, África y Asia, incentivando el comercio y estrechando de manera creciente vínculos intercontinentales políticos y culturales. Más concretamente, la demanda china de plata hispanoamericana influyó en las formas de dominación colonial europea en América. Asimismo, la introducción de cultivos americanos (sobre todo maíz y boniato) alteró la dieta y favoreció el importante crecimiento poblacional que se produjo en Asia en los siglos XVII y XVIII, a la vez que se generalizó el consumo de tabaco (Han, 2013: 95-100). Mientras tanto, el influjo de productos asiáticos de lujo creó una demanda constante de seda en bruto y trabajada y objetos de porcelana, laca y marfil e incentivo el surgimiento de un ‘lenguaje achinado’ en la estética artesanal novohispana visible, no solamente entre los individuos más privilegiados o en los principales centros urbanos, sino también en gente perteneciente a estratos sociales intermedios y a poblaciones y misiones de la periferia. Aunque el galeón de Manila ha sido objeto de múltiples estudios desde aquella perspectiva macroeconómica y de cultura material, las historias individuales de las personas que viajaron a bordo, las experiencias de estos auténticos vectores de la protoglobalización, también merece ser rescatada y analizada en detalle. Ellas muestran la manera cómo las inexorables tendencias hacia un mundo cada vez más entrelazado determinó la vida de individuos concretos y cómo, a su vez, estas personas fueron agentes de ese acercamiento. De este modo, el artículo responde al llamado del historiador Tonio Andrade que insta a los historiadores a poblar sus modelos y teorías sobre el desarrollo de estructuras históricas globales con gente de carne y hueso con el fin de aproximarse a una microhistoria global donde los autores «experiment with stories of individual lives in global contexts [and] bring alive […] some of the people who inhabited those structures and lived those processes». Este esfuerzo es doblemente necesario en los casos menos conocidos, como los individuos que viajaron desde Asia hacia América. Aunque se trata de asiáticos de todo el virreinato, se destacan los de la ciudad de Puebla, segunda ciudad de Nueva España durante casi todo el periodo colonial, puesto que esta ciudad apenas es tratada en la bibliografía actual.

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