Zíngara calé dormida
sobre las dunas del desierto
seis cuerdas una boca
vigilia de luna y cántaro: el bastón
es un pueblo apretado entre las manos
el león egipcio en la penumbra
es una esfinge que no duerme
dos cuerpos en la noche
traídos del principio
al punto exacto en que se tocan
el silencio con la música
Siete hijos para el hijo del lamparero. Luz al desierto noche adentro. Seis hijos muertos, una niña. Un león y una mujer tendida. Al fondo las dunas hacen de silencio. Vientre en segundo plano una vez viudo. El nómada y la fuerza posicionados en falta de la cópula. Hospital de quinta parisino, sin delirio. Cuerdas entre el cántaro y el báculo. Mortajas policromas para cubrir al cuerpo desnudo de la zíngara, al cuerpo muerto del hombre entre los lienzos. En lo oscuro, un león en celo vigila a los ausentes.
A la orilla del río y en la selva
dos pezones son dos ojos paralelos
desde su noche hipnótica
observan al reptil atraído entre los climas
son serpientes desovadas hace mucho
al llamado con músicas de flautas entre labios
aves terrenas o del aire
han cruzado las fronteras vegetales hasta el templo
el cuerpo de la gitana oscurecido
es la fuerza en el centro entre los mundos.
Cuatro aves intrusas en el llamado. Cuatro víboras tensan el aire o la tierra que las tiene. Árboles sembrados hacia el núcleo, mucha fronda. Un río en la quietud anterior a la madrugada o a su paso. Posesión del color, posesión del clima. Hacia invertidos malezas o densa hierba suelos ya vegetan. Los ojos articulan el espacio con una danza de curvaturas. Es el cuerpo de la música quien da pie al nacimiento de las selvas.
En la aduana de los sentidos, una mujer que se duplica te arrebata la cordura. ¿Qué serpiente dará el salto hasta tu pulso, cuando la melodía cese? No despiertes, Henri, afuera hay un río real al que la luna acecha.